Los gatos de Montes:
Descripción:
Es un felino de pequeño tamaño, y el antecesor salvaje de los gatos domésticos. Los gatos salvajes generalmente son de constitución más robusta que sus parientes caseros. Suelen ser de color predominante pardo grisáceo atigrado, más claro y ocráceo en el vientre y partes inferiores, con cuatro rayas negras longitudinales en la frente, que van a converger en una línea que recorre toda la espina dorsal.
Los ejemplares de la subespecie europea (Felis silvestris silvestris) tienen una capa de pelo más espesa y la cola más poblada y ancha que la del gato doméstico, con su punta negra y al menos dos franjas negras anchas junto a ella.
Vive en bosques, y lugares poco degradados y alejados de los núcleos urbanos. Se alimenta de pequeños roedores y otros micromamíferos, invertebrados, pájaros y anfibios.
Es de carácter esquivo y solitario, territorial, vespertino y nocturno, lo que dificulta notablemente su estudio. Se cree que su población europea está en franca regresión.
Todavía no amaneció en el bosque; los cervatillos continuan durmiendo entre los pastos. En lo alto de un árbol cercano, brillan dos ojos amarillos, clavados en los animalitos dormidos.
Silenciosamente, el gato montés descende y se aproxima. Cada paso lo da con suavidad y cuidado, para no causar ni el más leve ruido de una ramita rota. Aun así, uno de los cervatillos parece presentir la aproximación del enemigo. Yergue la cabeza y escucha. Nada. El gato montés está emboscado a unos dos metros de distancia, completamente inmóvil.
Entonces, la pequeña fiera se levanta, se balancea un poco para afirmar bien las patas en el suelo, y luego da el terrible salto.
El ciervo no es lerdo, y ya se encuentra parado cuando el gato se abalanza sobre su pescuezo. Trastabilla un poco, pero luego se endereza y corre en desordenada fuga. Sin soltarse, el gato va colgado sobre el animal, arañándolo con las garras de las cuatro patas; mordiendo y lacerando los duros músculos del cogote de su víctima.
Finalmente, le secciona una gruesa arteria, y la sangre, bombeada por el corazón, chorrea a raudales. El gato siente que va a vencer y enardecido por el olor de la sangre, continua mordiendo mientras el ciervo, cada vez más débil, pierde fuerzas y cae extenuado.
Combates tan difíciles no son frecuentes, y no siempre vence el gato montés. La mayoría de las veces, el ciervo escapa sin que el gato pueda perseguirlo, pues tiene poca resistencia para las carreras largas.
El apareamiento tiene lugar en febrero y marzo; y en mayo las crías nacen en las grietas de las rocas, en las madrigueras abandonadas por otros mamíferos o en los huecos de los árboles. Fuera del período en que alimenta a su camada, el gato salvaje es un animal solitario, cuyo territorio puede abarcar unos dos kilómetros cuadrados.
A veces se puede confundir con un gato doméstico asilvestrado de capa parda rayada, pero en el caso de las formas euroasiáticas puede diferenciarse por su espesa cola, más robusta y ancha, con terminación roma y redondeada, y con al menos tres anillos negros completamente cerrados. La única prueba morfológica indudable para distinguir al gato salvaje del doméstico es la medición de la capacidad craneana, ligeramente mayor en el primero.
Mientras amamanta, la hembra prefiere permanecer en la guarida y dar protección a sus crías. El macho sale a cazar y les trae alimentos frescos.
La hembra del gato montés alimenta, protege y adiestra a sus crías en el comportamiento característico de todos los felinos. En la seguridad de la cueva, los cachorros riñen entre sí o con la madre. La "atacan" con saldos simulados; se persiguen unos a otros en alegre carrera.
Los animalitos van así ejercitando sus músculos y desarrollan la agilidad que les será indispensable para la vida de lucha y caza que les aguarda. Pero la protección de la madre no les brinda toda la seguridad que precisan.
Cuando algún peligro mayor amenaza a la familia, la madre suele huir, abandonando a su prole.
Como todos los Félidos, el gato montés parece tener cierta predilección por los peces. En el verano, el animal permanece a veces largo tiempo esperando una oportunidad de capturar algún pececillo, que ve nadar cerca de la orilla de los arroyos. Cuando uno se aproxima a la superficie, un rápido zarpazo lo saca fuera del agua.